Muchísimo antes de la conquista española, los pueblos mesoamericanos poseían ya una gran civilización y sobre todo, una cultura muy avanzada y completa, a pesar de la discriminación de los invasores hispanos, que contemplaba entre otras cosas la astronomía, las matemáticas, la pintura, la danza, la poesía, la filosofía y la religión (Cosmovision).
Dentro de toda su vida y su sociedad, la religión constituía el factor preponderante, y es que ésta no sólo era un sistema de creencias, dogmas y ritos que servían para un pueblo “supersticioso” e “ignorante”; sino que muy por el contrario, ésta se veía homónima de las ciencias y las artes, y era por sí misma una filosofía de vida que comprendía toda la cosmovisión de los prehispánicos.
Los antiguos mesoamericanos eran pueblos muy avanzados, en las ciencias, las artes y la filosofía. Y no eran en manera alguna un grupo de “ignorantes” y “supersticiosos”. Sí es verdad que eran muy religiosos, no era por que no supieran que los fenómenos naturales tenían una razón natural de suceder o cuestiones parecidas, sino que para ellos la divinidad se encontraba en todas partes, todo era un regalo divino.
Su religión era muy completa, ya que su Dios Supremo, Ometeotl “Nuestro Padre, Nuestra Madre, Antigua Deidad” trascendía el límite de la masculinidad y la feminidad, a diferencia del Dios Padre de la cristiandad, y por ello, su visión en cuanto a la mujer y otras cuestiones no se veía discriminada.
En su religión la potencia femenina era muy importante, y hacía un balance con su opuesto masculino. Estas divinidades representaban valores maternales. Por ejemplo Tonantzin, la virgen Madre, era consoladora, compasiva y bondadosa. Pero no por esos valores las diosas eran débiles. Coatlicue, madre de Huitzilopochli, era una diosa vengativa, devoradora, feroz y cruel, con el poder entero de la Tierra.
El balance en su filosofía era muy importante como se puede ver, la feminidad no tenía nada que ver con el ser débil o sumisa, sino por el contrario, eran figuras de gran poder y asumían el papel de guerreras en ocasiones.
Pero a pesar de su maternidad y su feminidad guerrera, en su cultura existían grandes dioses padres, guerreros, viriles. Esta figura era muy ambivalente, y al igual que en otras religiones (como la griega o la cristiana) podía ser el padre creador, conciliador y redentor de igual manera que el juez imparcial, castigador, destructor e iracundo.
Sin embargo, estas figuras de divinidad guerrera, se perdieron después de la conquista, en la que los altares se derribaron, los templos se demolieron y prácticamente se “castró” (o eso creían los españoles) a la sociedad mesoamericana. En su lugar se instauró una religión en que se exaltaba la sumisión y el sacrificio y se suprimía por completo su virilidad guerrera.
La figura del Cristo, por ejemplo, el hijo de una virgen nacido gracias al poder divino, salvador y redentor, era un arquetipo muchísimo anterior a la llegada de los españoles. Vivía en dos tradiciones diferentes: en la azteca, (que es la más conocida) en que Huitzilopochtli nace de Coatlicue, y en la tolteca, en que Quetlalcóatl nace de Chimalma.
En ambas tradiciones, estos dioses están relacionados con el Sol, el astro Rey, que era el centro común de todas las religiones antiguas, al que consideraban como la máxima manifestación del poder divino . Aunque existen diferencias substanciales entre el dios azteca y el tolteca.
Huitzilopochtli es una deidad guerrera, al nacer de la virgen Coatlicue sale luciendo su armadura y su penacho de guerra, y con sus armas mata a Colyoxauqui (la luna) y a sus demás hermanos (las estrellas). Su culto se alimentaba de sangre, elíxir que lo mantenía con vida, y de guerra.
Por otro lado, tenemos a Quetzalcóatl (que fue tanto hombre como dios), nacido de la virgen Chimalma (encarnación de la Luna) y del dios Mixcoac (encarnación del Sol). Quetzalcóatl es un dios de por sí y se encarna después de salvar al universo y dar otra oportunidad a la humanidad.
Dentro de toda su vida y su sociedad, la religión constituía el factor preponderante, y es que ésta no sólo era un sistema de creencias, dogmas y ritos que servían para un pueblo “supersticioso” e “ignorante”; sino que muy por el contrario, ésta se veía homónima de las ciencias y las artes, y era por sí misma una filosofía de vida que comprendía toda la cosmovisión de los prehispánicos.
Los antiguos mesoamericanos eran pueblos muy avanzados, en las ciencias, las artes y la filosofía. Y no eran en manera alguna un grupo de “ignorantes” y “supersticiosos”. Sí es verdad que eran muy religiosos, no era por que no supieran que los fenómenos naturales tenían una razón natural de suceder o cuestiones parecidas, sino que para ellos la divinidad se encontraba en todas partes, todo era un regalo divino.
Su religión era muy completa, ya que su Dios Supremo, Ometeotl “Nuestro Padre, Nuestra Madre, Antigua Deidad” trascendía el límite de la masculinidad y la feminidad, a diferencia del Dios Padre de la cristiandad, y por ello, su visión en cuanto a la mujer y otras cuestiones no se veía discriminada.
En su religión la potencia femenina era muy importante, y hacía un balance con su opuesto masculino. Estas divinidades representaban valores maternales. Por ejemplo Tonantzin, la virgen Madre, era consoladora, compasiva y bondadosa. Pero no por esos valores las diosas eran débiles. Coatlicue, madre de Huitzilopochli, era una diosa vengativa, devoradora, feroz y cruel, con el poder entero de la Tierra.
El balance en su filosofía era muy importante como se puede ver, la feminidad no tenía nada que ver con el ser débil o sumisa, sino por el contrario, eran figuras de gran poder y asumían el papel de guerreras en ocasiones.
Pero a pesar de su maternidad y su feminidad guerrera, en su cultura existían grandes dioses padres, guerreros, viriles. Esta figura era muy ambivalente, y al igual que en otras religiones (como la griega o la cristiana) podía ser el padre creador, conciliador y redentor de igual manera que el juez imparcial, castigador, destructor e iracundo.
Sin embargo, estas figuras de divinidad guerrera, se perdieron después de la conquista, en la que los altares se derribaron, los templos se demolieron y prácticamente se “castró” (o eso creían los españoles) a la sociedad mesoamericana. En su lugar se instauró una religión en que se exaltaba la sumisión y el sacrificio y se suprimía por completo su virilidad guerrera.
La figura del Cristo, por ejemplo, el hijo de una virgen nacido gracias al poder divino, salvador y redentor, era un arquetipo muchísimo anterior a la llegada de los españoles. Vivía en dos tradiciones diferentes: en la azteca, (que es la más conocida) en que Huitzilopochtli nace de Coatlicue, y en la tolteca, en que Quetlalcóatl nace de Chimalma.
En ambas tradiciones, estos dioses están relacionados con el Sol, el astro Rey, que era el centro común de todas las religiones antiguas, al que consideraban como la máxima manifestación del poder divino . Aunque existen diferencias substanciales entre el dios azteca y el tolteca.
Huitzilopochtli es una deidad guerrera, al nacer de la virgen Coatlicue sale luciendo su armadura y su penacho de guerra, y con sus armas mata a Colyoxauqui (la luna) y a sus demás hermanos (las estrellas). Su culto se alimentaba de sangre, elíxir que lo mantenía con vida, y de guerra.
Por otro lado, tenemos a Quetzalcóatl (que fue tanto hombre como dios), nacido de la virgen Chimalma (encarnación de la Luna) y del dios Mixcoac (encarnación del Sol). Quetzalcóatl es un dios de por sí y se encarna después de salvar al universo y dar otra oportunidad a la humanidad.
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